GLADIUS  (44)
ISSN-L: 0436-029X, eISSN: 1988-4168
https://doi.org/10.3989/gladius.2024.394

Una encrucijada de voluntades: conflictos «poliédricos» en Hispania Roma, Cástulo y los ilergetes (218-195 a. C.)

A crossroads of wills: “multi-faceted” conflicts in Hispania Rome, Castulo and the Ilergetes (218-195 BC)

 

1. INTRODUCCIÓN

 

Comúnmente, la historiografía moderna ha tendido a conceptualizar la expansión de Roma por la península ibérica como una conquista militar acompañada de un proceso de romanización. Sin embargo, en las últimas décadas esta imagen ha sido matizada, cuando no desechada (Millett, 1990Millett, M. (1990): «Romanization: Historical Issues and Archaeological Interpretations», T.Blagg y M.Millett (eds.), The Early Roman Empire in the West. Oxford, Oxbow Books: 35-41.: 339-445; Woolf, 1997Woolf, G. (1997): «Beyond Romans and Natives». World Archaeology, 28 (3): 339-350. 10.1080/00438243.1997.9980352; 1998Woolf, G. (1998): Becoming Roman: The origins of provincial administration in Gaul. Cambridge, Cambridge University Press.). En la actualidad existe (cierto) consenso entre los especialistas y el avance romano en Hispania ha dejado de examinarse desde el axioma que defiende un proceso unilateral. En este sentido, han tomado forma dos presunciones. La primera, no existió una conquista tal y como la concebimos. Dicho de otro modo, no se produjo una ocupación militar mediante una operación de guerra diseñada estratégicamente, considerando que no encontramos avances y retrocesos de soldados, ataques permanentes en un espacio y tiempo definido, con retiradas y zonas concretas de enfrentamiento. Por otro lado, tampoco se realizó dicha «conquista» sobre un territorio homogéneo y, menos aún, se llevó a cabo un proceso mediante el cual, de manera unidireccional, Roma aplicó una política de asentamiento e integración jurídica de las poblaciones (Bravo-Bosch, 2008Bravo-Bosch, M. J. (2008): El largo camino de los hispani hacia la ciudadanía. Madrid, Dykinson.: 40, 62-63). Esto no implica, por supuesto, que la administración romana estuviera ausente en Hispania, como lo demuestran la designación anual de magistrados y la presencia continua de los ejércitos.

La segunda conclusión se centra en la actuación de las poblaciones autóctonas durante los primeros compases de la intervención romana. Las fuentes literarias heredadas corresponden a autores grecorromanos y atribuyen un papel accidental a las comunidades locales. Sin embargo, numerosos estudios han resaltado la participación activa de los poderes autóctonos frente a la nueva coyuntura. En su mayoría, se analiza su política en función de la colaboración o el rechazo que brindaron a las potencias extranjeras a partir de la estrategia de atracción que estas aplicaron mediante mecanismos retributivos o coercitivos (Hernández-Prieto, 2011Hernández Prieto, E. (2011): «Mecanismos de adhesión y control de los pueblos hispanos durante la Segunda Guerra Púnica». Habis, 42: 103-117.: 103-117). Aunque sea cierto que en algunos periodos algunas comunidades hispanas se alinearon con Roma con el fin último de obtener recompensas estatutarias o económicas, la realidad de su política resulta mucho más compleja y responde a una variedad de factores que trataremos de analizar en este trabajo.

Herederos de concepciones anticuadas, tendemos a estudiar la guerra como una pugna bilateral entre comunidades políticas definidas que luchan con ejércitos regulares por un objetivo meridiano. Dicha visión encuentra su (supuesto) fundamento en las guerras europeas ocurridas con posterioridad a la Paz de Westfalia y, en mayor medida, en aquellas que tuvieron lugar a lo largo del pasado siglo. Sin embargo, los enfrentamientos sucedidos en las últimas décadas han cambiado el paradigma, pues introducen nuevos elementos que, si bien ya podían otearse en el pasado, ahora se han acentuado. Podemos destacar, por ejemplo, la multiplicación de los conflictos superpuestos o paralelos. Es decir, enfrentamientos que se suceden y se sobreponen en un mismo espacio y en el contexto de una guerra mayor, con la participación de múltiples actores que defienden objetivos diferentes (Álvarez-Ossorio, 2015Álvarez-Ossorio, I. (2015): «La triple dimensión del conflicto sirio». Economía exterior, 75: 1-6.; Sáenz de Santa María, 2017Sáenz de Santa María, P. A. (2017): «Siria: las dificultades del derecho internacional ante un conflicto poliédrico». Cursos de derecho internacional y relaciones internacionales de Vitoria-Gasteiz: 27-81.).

Sin voluntad de caer en presentismos, creemos que el marco expuesto de manera resumida puede arrojar resultados fructíferos, siempre y cuando seamos capaces de identificar las distintas dimensiones que configuran y retroalimentan algunas guerras de la antigüedad que pretendemos estudiar, por ejemplo: la dimensión global; la dimensión regional y la dimensión local. En el caso que nos ocupa, observamos que tanto la Segunda Guerra Púnica en Iberia como la revuelta del 197-195 a. C. provocaron situaciones de inestabilidad e incertidumbre en el territorio. Como consecuencia, la anarquía resultante abrió una «ventana de oportunidades» para todos aquellos actores políticos –comunidades, facciones e individuos– que quisieran aprovechar la situación para obtener mayores cuotas de poder (Pischedda, 2018Pischedda, C. (2018): «Wars within wars: Why windows of opportunity and vulnerability cause inter-rebel fighting in internal conflicts». International Security, 43 (1): 138-176. 10.1162/isec_a_00322: 138-176). La guerra desencadenó más guerra, con enfrentamientos heterogéneos que se solaparon y superpusieron más allá de la coyuntura general: guerras internas y guerras por la hegemonía regional que se imbricaron en el conflicto global. En otras palabras, tanto la guerra entre Roma y Cartago como la revuelta del 197 a. C. generaron hostilidades adicionales que se desarrollaron simultáneamente al enfrentamiento principal. Todo ello nos conduce a clasificar ambas guerras como conflictos «poliédricos».

En este artículo, nos proponemos analizar dos episodios concretos: el enfrentamiento interno en Cástulo durante la Segunda Guerra Púnica y el conflicto regional subyacente en la revuelta ibera sofocada por Catón en el año 195 a. C. Para alcanzar este objetivo, debemos superar el modelo tradicional de análisis, que se centra en el marco global y sitúa en el núcleo del examen el papel de Roma. Por el contrario, nuestra intención es explorar ambos enfrentamientos desde esta nueva perspectiva descrita, tratando de identificar las diferentes dimensiones que configuran uno y otro conflicto, así como sus protagonistas y las motivaciones detrás de sus acciones. Con este fin, es preciso individualizar a los poderes locales y otorgarles autonomía. Solo de esta manera podremos comprender plenamente su política, sus anhelos y voluntades y, en consecuencia, aproximarnos a la complejidad de los sucesos históricos.

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Figura 1 Mapa vista general de la península. 

2. CÁSTULO: ¿LOS HOMBRES QUE QUERÍAN REINAR?

 

Castulo, urbs Hispaniae ualida ac nobilis et adeo coniuncta societate Poenis ut uxor inde Hannibali esset, ad Romanos defecit (Liv. 24.41.7).

Cástulo, una de las ciudades más importantes del sur peninsular, estrechamente vinculada con los cartagineses y conocida por ser la cuna de la mujer de Aníbal, decidió sublevarse, abandonar la causa púnica y aunar esfuerzos con los romanos en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (Blázquez, 1965Blázquez, J. M. (1965): «Cástulo en las fuentes histórico-literarias anteriores al Imperio». Oretania, 21: 123-128., 1985Blázquez, J. M. (1985): «La ciudad de Cástulo», Arqueología de las ciudades modernas superpuestas a las antiguas. Zaragoza, Institución Fernando el Católico: 117-156., Pelletier, 1987Pelletier, A. (1987): «Castulo et la conquête». Gerión, 5: 271-279.; Blázquez y Gelabert, 1994Blázquez, J. M. y García-Gelabert, M. P. (1994): Cástulo, ciudad ibero-romana. Madrid, Istmo Colección.; Bellón et alii, 2015Bellón, J. P., Lechuga, M. A., López-Castro, J. L. y Martínez-Hahnmüller, V. (2015): «La conquista de Andalucía Oriental: de Baria a Castulo», M.Bendala-Galán (coord.), Los Escipiones. Roma conquista Hispania. Madrid, Comunidad de Madrid-Museo Arqueológico Regional: 181-205.). Esta escueta nota conforma la primera noticia que nos transmite Livio acerca de la ciudad. En este caso, nos proponemos analizar las posibles causas que empujaron al núcleo oretano a tomar tal decisión y, por otra parte, conocer si la resolución fue unánime.

Cabe decir que Cástulo no sobresale como un escenario excepcional durante la Segunda Guerra Púnica. El conflicto actuó como elemento desestabilizador y, a la vez, como catalizador. El estrés bélico sobre el territorio provocó nuevos enfrentamientos armados, lo que motivó que la situación evolucionara de una guerra entre dos potencias mediterráneas a su imbricación en enfrentamientos locales y regionales. Independientemente de la coyuntura global, los intereses de los nuevos contendientes eran propios, aunque se apoyaran en una u otra potencia con el objeto de alcanzarlos. Así, la Segunda Guerra Púnica en ocasiones estimuló la escisión entre grupos de poder opuestos, sobre todo en aquellas comunidades donde probablemente ya existían tensiones previas o intereses contrapuestos. Las facciones enfrentadas, incapaces de imponerse por sí solas sobre el grupo oponente, buscaron el apoyo de una de las dos potencias hegemónicas para, con su presencia y ayuda militar, lograr prevalecer sobre su rival doméstico. Por esta razón, no se trata de la simple colaboración u oposición frente al «invasor», sino también el intento por parte de los actores locales de aplicar y ratificar su propia hoja de ruta aprovechando el marco de desconcierto que brindaban los acontecimientos.

Paradójicamente, el (supuesto) casus belli de la guerra –el ataque cartaginés sobre la ciudad de Arse/Sagunto– se fundamentó en una stásis y un conflicto regional. Cuando la embajada romana llegó a Hispania para entrevistarse con Aníbal (219 a. C.), el general púnico respondió a las acusaciones contra él con dos argumentos. Primero, había velado por los intereses de los saguntinos cuando, durante una discordia civil, los romanos ejecutaron a los notables sublevados (¿en 221 a. C.?) (Polib. 3.15.7-8; 3.30.1-2). Segundo, se había limitado a acudir en ayuda de sus aliados –los turboletas– que estaban siendo hostigados por los saguntinos. Por un lado, es posible que la (hipotética) confrontación interna de Sagunto fuera el resultado de la rivalidad entre dos grupos deseosos de lograr el poder con el respaldo de Cartago o Roma. Además, parece plausible argumentar que las disputas entre los turboletas y los saguntinos estaban motivadas por el anhelo de ostentar la primacía regional. Con el objetivo de lograr sus propósitos, todos los actores involucrados actuaron con determinación, rompiendo finalmente el frágil equilibrio existente y provocando que un conflicto menor y localizado evolucionara desde una crisis diplomática hacia un enfrentamiento sin precedentes en el Mediterráneo occidental. En el caso de Cástulo, sucedió lo contrario, dado que fue el estado de guerra general el que originó la aparición de un conflicto local. Llegados a este punto, ahondemos ahora en su estudio.

Atendiendo al pasaje ya citado de Livio sobre la ciudad oretana, observamos que los adjetivos utilizados son los siguientes: ualida ac nobiliis (fuerte y célebre) (Liv. 24.41.7). En la misma línea escribía Estrabón, quien calificaba a Cástulo, junto con Oretum, como la ciudad más poderosa de la Oretania, destacándola por sus minas de plomo y plata (Estr. 3.2.10; cf. Polib. 10.38.7; Plin. HN. 33.96). La evidencia arqueológica parece corroborar las palabras de ambos autores (Blázquez y García-Gelabert, 1994Blázquez, J. M. y García-Gelabert, M. P. (1994): Cástulo, ciudad ibero-romana. Madrid, Istmo Colección.; 1999Blázquez, J. M. y García-Gelabert, M. P. (1999): «Secuencia histórica de Castulo (Linares, Jaén)», Estudios de arqueología ibérica y romana. Homenaje a Enrique Pla Ballester. Valencia, Trabajos Varios del Servicio de Investigación Prehistórica, 89: 391-396.; Blázquez, 2000Blázquez, J. M. (2000): Los pueblos de España y el Mediterráneo en la antigüedad. Estudios de arqueología, historia y arte. Madrid, Cátedra.: 185-197; Sánchez-Vizcaíno et alii, 2020Sánchez-Vizcaíno, A.; Parras Guijarro, D. J.; Montes Moya, E. M.; Castro López, M.; Tuñón López, J. A.; Rodríguez Ariza, M. O.; Montejo Gámez, M.; Ceprián del Castillo, B.; Amate Espinosa, M. P. y Vandenabeele, P. (2020): «Cástulo: investigación arqueométrica y transferencia social». PH: Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, 28 (99): 44-63.). A lo largo de los siglos VII y VI a. C. el área oretana empezó a recibir una fuerte influencia de las colonias fenicias situadas en el litoral (Ortega, 2005Ortega-Cabezudo, M. (2005): «Recuperación y sistematización de un registro arqueológico: las necrópolis iberas e ibero-romanas de Cástulo». Saguntum, 37: 59-71.; García-Gelabert, 2010García-Gelabert Pérez, M. P. (2010): «Las necrópolis ibéricas de Castulo. Componentes rituales». Studia Historica. Historia Antigua, 6: 61-76.), y a partir del siglo V a. C., un influjo constante de productos griegos que penetraban hacia el interior buscando nuevas rutas comerciales. Las minas de plata y plomo habrían jugado un papel notable en todo este proceso, facilitando el florecimiento mercantil que atestiguan los restos arqueológicos, así como el auge económico y demográfico (Domergue, 1990Domergue, C. (1990): Les mines de la Péninsule Ibéirque dans l’antiquité romaine. Roma, École Française de Rome.; Arboledas, 2015Arboledas, L. (2015): «Explotación y organización de un territorio minero del sur de Hispania: Sierra Morena oriental». Revista Onoba, 3: 79-103. 10.33776/onoba.v0i3.2602). Como resultado, se produjo un cambio en la articulación política y territorial, ya que se inició un proceso de sinecismo y nuclearización, acompañado del fortalecimiento político de las aristocracias, que ahora cimentaban su poder sobre una sociedad clientelar que habitaba en nuevos espacios vinculados directamente a los linajes gobernantes: los oppida (e. g. Ruiz et alii, 2013Ruiz, A.; Rueda-Galán, C.; Bellón, J. P. y Gómez, F. (2013): «El factor ibero en la Batalla de Baecula: los efectos colaterales de la guerra». Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, 23: 119-225.: 201).

Más tarde, a partir de los siglos IV y III a. C., en el área del alto Guadalquivir, surgió el modelo político y territorial del pagus, determinado por el ascendente poder de los oppida. Estos extendieron su control más allá de sus límites inmediatos, agregando a su dominio áreas extensas de territorio, que delimitaban con marcadores como santuarios y monumentos. Estas construcciones no solo cumplían una función territorial, sino que también servían para legitimar el sistema político y social imperante, asociando a la clase dirigente con un pasado heroico (Ruiz et alii, 2001Ruiz, A.; Molinos, M.; Gutiérrez, L. M. y Bellón, J. P. (2001): «El modelo político del pago en el Alto Guadalquivir (s. IV-III a.n.e.)», A.Martín y R.Plana (dir.), Territori polític i territori rural durant l’edat del Ferro a la Mediterrània Occidental. Barcelona, MAC: 11-22.; 2010; Molinos et alii, 2015Molinos, M., Chapa, T., Ruiz, A. y Pereira, J. (2015): «El santuario de El Pajarillo, Huelma», A.Ruiz y M.Molinero (coords.), Jaén, tierra ibera, 40 años de investigación y transferencia. Jaén, Universidad de Jaén: 161-176.: 174-177). El oppidum de Cástulo muestra una evolución similar al resto de oppida circundantes, concentrando un poder notable a lo largo del siglo IV a. C. Los santuarios del Collado de los Jardines en Despeñaperros y la Cueva de la Lobera en Castellar delimitaban su territorio, que incluía los oppida de Giribaile y Baecula (Los Turruñuelos), ambos dependientes del núcleo político de Cástulo. La distribución de los exvotos de bronce confirma esta unidad cultural y política (Ruiz et alii2001Ruiz, A.; Molinos, M.; Gutiérrez, L. M. y Bellón, J. P. (2001): «El modelo político del pago en el Alto Guadalquivir (s. IV-III a.n.e.)», A.Martín y R.Plana (dir.), Territori polític i territori rural durant l’edat del Ferro a la Mediterrània Occidental. Barcelona, MAC: 11-22.; 2013: 201-207; Bellón et alii, 2015Bellón, J. P., Lechuga, M. A., López-Castro, J. L. y Martínez-Hahnmüller, V. (2015): «La conquista de Andalucía Oriental: de Baria a Castulo», M.Bendala-Galán (coord.), Los Escipiones. Roma conquista Hispania. Madrid, Comunidad de Madrid-Museo Arqueológico Regional: 181-205.: 194). Como consecuencia, el pagus de Cástulo dominaba los pasos que vinculaban la Meseta con el valle del Guadalquivir a través de Sierra Morena, así como la ruta que conectaba con el levante (Jiménez-Cobo, 1993Jiménez Cobo, M. (1993): «Comunicaciones entre el Alto Guadalquivir y el Mediterráneo en la época romana». Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, 6: 394-378. 10.5944/etfii.6.1993.4218).

Todo esto valida la importancia que los autores clásicos atribuyen a Cástulo y evidencia el gran poder acumulado por sus regentes. La consolidación de la ciudad como poder hegemónico regional coincidió con el fortalecimiento del linaje gobernante, afianzando su predominio político, religioso y social. Más allá de la evidencia arqueológica, los testimonios literarios corroboran la existencia de un gobierno de tipo monárquico en Cástulo. No es un caso único, ya que las monarquías se extendían a lo largo del valle del Guadalquivir y en la zona meridional de Iberia, sin olvidar a los principes ilergetes y otros régulos rectores en el noreste peninsular. A menudo, estos reyezuelos dirigían un solo oppidum, pero también había casos notables como Culca, que llegó a dominar veintiocho ciudades (Liv. 28.13.3; 33.21.8).1Caro-Baroja realizó una primera y valiosa aproximación al estudio de las realezas iberas, 1971, 128 ss. Véase también López-Domech, 1987: 19-22, el cual consideró en su momento que las monarquías correspondían a jefaturas transitorias circunscritas a contextos bélicos. Para profundizar en el debate acerca de las características de la monarquía ibera téngase en cuenta Muñiz, 1994: 283-296; Almagro-Gorbea, 1996; Coll y Garcés, 1998: 437-446; Moret, 2002: 23-33, entre otros. Para algunos autores, la institución monárquica en el sur peninsular presenta trazas atávicas, herencia del periodo orientalizante caracterizado por el auge de la cultura tartésica, Caro-Baroja, 1971; Bendala, 2006: 187-206; 2023: 247-256. Por otro lado, mientras algunos especialistas defienden la existencia de diferencias entre las realezas del sur peninsular y el levante Caro-Baroja, 1971; Coll y Garcés, 1998: 442; otros desechan tales tesis, Muñíz, 1994: 285; Alvar 2004: 11-31. Los primeros fundan su tesis aduciendo que las monarquías meridionales basarían su poder sobre los oppida, mientras que en el levante los monarcas gobernarían sobre populi. Se constata así la existencia de una estructura social muy cerrada, tipificada por una aristocracia que ostentaba la propiedad y la riqueza, aislada de una masa de clientes con derechos restringidos. Dentro de este grupo nobiliario surgía la realeza, acaudillada por un individuo superior que legitimaba su posición a través de rituales cívicos y religiosos constitutivos de un lenguaje refrendario. Por ejemplo, las monomaquias celebradas en los juegos fúnebres formaban parte de este ceremonial validador y reproductor del modelo establecido (Hernández-Prieto y Martín-Moreno, 2013Hernández Prieto, E. y Martín Moreno, R. (2013): «Juegos funerarios: los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos», G.Bravo Castañeda y R., González Salinero (eds.), Formas de morir y formas de matar en la Antigüedad romana. Actas del VIII Coloquio de la Asociación Internacional de Estudios Romanos. Madrid, Signifer Libros: 439-458.: 439-458; Suárez, 2022Suárez Martínez, D. (2022): «El combate singular y la construcción del recuerdo. Memoria y lucha heroica en la Antigüedad». Antesteria, 11: 75-96.).

A finales del siglo III a. C., la familia de los Barca enraizó con las realezas locales, en un gesto de inteligencia y pragmatismo político, pero a su vez con claras connotaciones ideológicas y profundas consecuencias simbólicas. Al vincularse directamente con las aristocracias autóctonas, los Barca veían ratificado y legitimado su poder sobre el territorio, siendo percibidos con las mismas dotes diferenciales de las que gozaban sus propios regentes. Incluso se ha llegado a plantear que los Barca siguieron conscientemente la misma política que empleó Alejandro en Oriente (imitatio Alexandri). Del mismo modo que el rey macedonio casó con princesas orientales y se asoció con las divinidades regionales, Asdrúbal y Aníbal hicieron lo propio en Iberia (Wagner, 1999Wagner, C. G. (1999): «Los Bárquidas y la conquista de la Península Ibérica». Gerión (17): 263-294.: 286; Rosselló, 2022Rosselló-Calafell, G. (2023): Relaciones exteriores y praxis diplomàtica cartaginesa. El período de las Guerras Púnicas. Sevilla-Zaragoza, Editorial Universidad de Sevilla y Prensas de la Universidad de Zaragoza.: 80; Bendala, 2023Bendala, M. (2023): «La realeza ibérica y las formas helenísticas de poder proyectadas a Hispania por cartagineses y romanos». Complutum, 33 (2): 247-256. 10.5209/cmpl.85244: 250).

Sea como fuere, a pesar de los nexos fraguados por Amílcar (Diod. Sic. 25.12.1), el matrimonio como instrumento de unión con las aristocracias hispanas fue aplicado por vez primera por Asdrúbal, en el momento en que este decidió casarse con la hija de un príncipe ibero, hecho que le valió ser aclamado como «general en jefe» de Iberia (στρατηγός αὐτοκράτωρ) (Diod. 25.12.1; Hernández-García, 2015: 381-385). A su prematura muerte le sustituyó Aníbal, el cual casó a su vez con una princesa de Cástulo (Liv. 24.41.7).

Sin ninguna duda, el matrimonio le valió a Aníbal como aval y salvaguardia, ganándose el apoyo de la comunidad castulonense y asegurándose el acceso a las minas de la región. Sin embargo, la repercusión del enlace debió de ser mucho más reveladora, pues, como indica Bendala, simbolizaba la integración de Aníbal en la realeza oretana (Bendala, 2023Bendala, M. (2023): «La realeza ibérica y las formas helenísticas de poder proyectadas a Hispania por cartagineses y romanos». Complutum, 33 (2): 247-256. 10.5209/cmpl.85244: 250). De todo ello deriva nuevamente la primera nota de Livio sobre la ciudad, en la cual el patavino resalta la profunda relación existente entre Cástulo y los púnicos (et adeo coniuncta societate Poeni, Liv. 24.41.7). Por consiguiente, Aníbal acudía a la guerra contra los romanos, dominando con firmeza el acceso al valle del Guadalquivir y sus riquezas minerales, a la vez que enrolaba entre sus filas a los hombres de la urbe oretana, así como enviaba a otros a África (Polib. 3.33.9). Por todo ello, la ciudad jugó un papel determinante en el devenir del enfrentamiento.

La aparición de Cástulo en las fuentes literarias se focaliza en dos etapas relevantes del conflicto y siempre en un marco de máxima intensidad bélica en el meridión peninsular. En primer lugar, la ciudad juega un papel significativo en las operaciones militares que los hermanos Escipión desarrollan entre los años 214 y 211 a. C. Después de la muerte de los generales romanos, la ciudad de Cástulo no vuelve a citarse hasta el final de la guerra. Huelga decir que la política de la urbe no se entiende fuera de su contexto más inmediato, motivo por el cual debe estudiarse en el marco del enfrentamiento en el sur (Corzo-Sánchez, 1975Corzo-Sánchez, J. R. (1975): «La segunda guerra púnica en la Bética». Habis, 6: 213-240.; Pelletier, 1987Pelletier, A. (1987): «Castulo et la conquête». Gerión, 5: 271-279.).

Según Livio, la primera intervención sólida de Roma en el mediodía peninsular tiene lugar en 215 a. C. La ciudad de Iliturgi estaba siendo asediada por los púnicos a causa de su deserción y acercamiento a los romanos (Liv. 23.49.5). El dominio cartaginés ya se había tambaleado en la zona turdetana el año anterior (216 a. C.), cuando Calbo, un dux tartesio, sublevó numerosos oppida y conquistó la ciudad de Ascua (Liv. 23.26-27). Sea como fuere, los hermanos Escipión lograron llegar a la ciudad cruzando territorio enemigo (probablemente por el saltus castulonensis), vencieron a los cartagineses y tomaron los tres campamentos enemigos que circundaban Iliturgi. Con esta acción liberaron la urbe del asedio y, para asegurar su posición, dejaron una guarnición en su interior (Liv. 23.49.5-14; Liv. 24.41.8).

Teóricamente, al año siguiente (214 a. C.) se produjo el primer cambio de bando de Cástulo. Ante las acciones de Magón y Asdrúbal en el sur, Publio Escipión cruzó precipitadamente el Ebro con el fin de amparar a sus aliados y salvaguardar la guarnición romana acuartelada en Iliturgi. En este escenario de estrés bélico, Cástulo renunció a sus lazos con Cartago y aunó esfuerzos con la República romana. A la escueta nota de Livio le siguen más embates entre púnicos y romanos a lo largo del Guadalquivir. Por segunda vez, Cneo liberó a Iliturgi del bloqueo e hizo lo mismo con el oppidum de Bigerra (Liv. 24.41.8-11). Estas victorias fueron seguidas por triunfos en Munda y Orongis (Liv. 24.42.1-8). Después de estas acciones, Publio y Cneo reagruparon sus tropas y regresaron al levante. El año terminaba con la retaguardia asegurada y la posibilidad de acceder con mayor facilidad al valle del Guadalquivir (Liv. 24.42.9-11).

El relato de Livio que acabamos de resumir, aunque sugerente, no está exento de problemas, y algunos autores han cuestionado la veracidad de los sucesos en una fecha tan temprana como el 215 y 214 a. C., trasladando las primeras acciones romanas en el sur al año 212 o 211 a. C. Una de las problemáticas radica en la ubicación de la ciudad de Iliturgi mencionada por Livio, ya que en las fuentes aparecen otras poblaciones con el mismo topónimo, todas situadas en el norte peninsular (Liv. 26.17.4; 34.10.1-5). Asimismo, el hecho de que los combates se reubicaran a la ciudad de Initibili (Traiguera, Castellón) después de los eventos de Iliturgi puede resultar sorprendente, considerando que entre ambas ciudades existe una distancia de 600 km (Liv. 23.49.11). Sin embargo, Livio no informa del intervalo de tiempo transcurrido entre ambos sucesos, motivo que nos obliga a no descartar la veracidad de los acontecimientos. Ciertamente, la arqueología no ha podido probar de manera fehaciente los dos primeros asedios sobre la ciudad de Iliturgi (215 y 214 a. C.). No obstante, esto no implica que las descripciones de Livio deban ser interpretadas como mera narrativa, ya que podrían corresponder a acciones puntuales sobre el terreno, consistentes en disuadir a los ejércitos púnicos cercanos al oppidum. Por otro lado, según algunos analistas, la estrategia seguida por los hermanos Escipión no tenía como objetivo la consolidación del territorio, sino el avance progresivo a partir de acciones puntuales sobre las ciudades (Bellón et alii, 2021Alvar, J. (2004): «Discusión sobre las Instituciones ibéricas», M.Garrido-Hory y A.Gonzales (dirs.), Histoire, espaces et marges de l’Antiquité: hommages à Monique Clavel-Lévêque. Besançon, Collection ISTA, 3: 11-31.).

Sea como fuere, dos años después (212/11 a. C.), se produjo un cambio trascendental. Los generales romanos acampaban en el alto Guadalquivir: Cneo en la ciudad de Urso y Publio en el oppidum de Cástulo (ὁ δὲ Πόπλιος ἐν Καστολῶνι, Ap. Hisp. 16). Lógicamente, la decisión de Publio de acuartelarse en la urbe demuestra su posición favorable, por lo que, sin duda, el cambio de bando de la población debe situarse entre el 214 y el 211 a. C. Por su parte, los cartagineses acampaban divididos en tres cuerpos: dos de ellos a cinco días de distancia de Cástulo y Asdrúbal Barca a menor intervalo, cerca de Iliturgi. Ante esta situación, los hermanos Escipión decidieron dividir su ejército. Desde un punto de vista estratégico, el propósito estaba claro: vencer al unísono a las tres fuerzas púnicas, evitando así que se replegaran. A pesar de ello, la maniobra resultó fatal, pues ambos hermanos hallaron la muerte en sus respectivas campañas (Liv. 25.35). Con su deceso los romanos perdieron el control de Iberia y la ciudad de Cástulo volvió al redil cartaginés, sin más especificaciones por parte de las fuentes (Liv. 28.19.2).

Como reemplazo de los imperatores caídos, los comicios eligieron a un joven sin apenas experiencia: Publio Cornelio Escipión, hijo y sobrino de los generales fallecidos. No podemos detenernos en las actuaciones del futuro Africano, de sobras conocidas y estudiadas. Basta con que mencionemos la conquista de Cartago Nova, suceso que marcó un hito en la guerra en Iberia. Tras la toma de la ciudad, Escipión inició una política diplomática de acercamiento a las comunidades locales mediante la devolución de rehenes, entre otras medidas (Hernández-Prieto, 2019Hernández-Prieto, E. (2019): «Las adhesiones hispanas a Escipión del 210-208 a.C. (Carthago Nova y Baecula)», E.García Riaza y A. M.Sanz (eds.), In fidem venerunt. Expresiones de sometimiento a la República romana en Occidente. Madrid, Dykinson: 27-57.; Sánchez-Moreno y García-Cardiel, 2023Sánchez-Moreno, E. y García-Cardiel, J. (2023): «Partim donis, partim remissione obsidum captivorumque: la diplomacia de rehenes y regalos en la Segunda Guerra Púnica en Hispania». Klio, 105 (1): 597-606. 10.1515/klio-2023-0003). Una vez controlado el levante hispano, el general se lanzó a la conquista del sur. Venció a los cartagineses en dos batallas decisivas, primero en Baecula (208 a. C.) y después en Ilipa (206 a. C.), obligándolos a replegarse hacia el Golfo de Cádiz y, poco después, a abandonar la Península. Diluida la amenaza púnica en el sur peninsular, Escipión decidió castigar a aquellas poblaciones que habían traicionado la fides romana, entre las cuales se encontraban Cástulo e Iliturgi, pues ambas ciudades cambiaron de bando a la muerte de los hermanos Escipión.

Iliturgi había añadido a la traición la perfidia, dado que asesinó a los soldados romanos supervivientes que acudían exhaustos a los pies de una ciudad amiga. Por consiguiente, Escipión le infligió un castigo sin clemencia (Liv. 28.19.1-18; 28.20; Bellón et alii, 2021Bellón, J. P., Lechuga, M. A., Rueda-Galán, C., Moreno-Padilla, M., Quesada, F., Molinos-Molinos, M., Ruiz., A., García-Bellido, M., Ortiz Nieto-Márquez, I. y Vallés-Iriso, J. (2021): «De situ Iliturgi, análisis arqueológico de su asedio en el contexto de la Segunda Guerra Púnica». Archivo Español de Arqueología, 94: e15. 10.3989/aespa.094.021.15). Por su parte, Cástulo pudo negociar su rendición, no sin resistencia. En la ciudad existía una discordia interna protagonizada por dos bloques: aquellos que querían proseguir en la lucha, encabezados por soldados cartagineses, y aquellos otros partidarios de entregar la ciudad, liderados por Cérdubelo. Este último, notable castulonense, negoció en secreto la entrega del oppidum y del líder cartaginés, Himilcón, a cambio de garantías (Liv. 28.20.8-12). Apiano profundiza al transmitirnos la naturaleza de estas garantías: el liderazgo de la comunidad (Ap. Hisp. 32).

Repasados someramente los acontecimientos y la «dimensión global» del conflicto –la guerra entre romanos y cartagineses en suelo hispano–, ahondemos ahora en la faceta «local» del mismo, analizando la estrategia de Cástulo. Como hemos escrutado, la política de la ciudad oretana fue tornadiza. El oppidum cambió de bando en tres ocasiones: la primera en 214 a. C., o cerca de ese año, cuando optó por abandonar a los púnicos y aliarse con los romanos; la segunda en 211 a. C., en el momento en que los hermanos Escipión fueron derrotados; y la última en 206 a. C., tan pronto como Cérdubelo, ante las inminentes represalias, aproximó posturas con Escipión, entregó la ciudad y mejoró las condiciones de la rendición.

En todos estos episodios se detecta un factor decisivo: la presión externa. Durante las tres deserciones descritas, los choques entre Roma y Cartago tuvieron lugar muy cerca de la ciudad. Merecen especial atención los acontecimientos vividos en Iliturgi, enclave situado a escasos 14 km de Cástulo. Como hemos visto, la ciudad sufrió los primeros embates de la guerra en el sur, entre los años 215 y 211 a. C. En 206 a. C., el oppidum tuvo que hacer frente al bloqueo y posterior asalto romano, hecho que ha quedado irrefutablemente demostrado por la arqueología (Bellón et alii, 2021Bellón, J. P., Lechuga, M. A., Rueda-Galán, C., Moreno-Padilla, M., Quesada, F., Molinos-Molinos, M., Ruiz., A., García-Bellido, M., Ortiz Nieto-Márquez, I. y Vallés-Iriso, J. (2021): «De situ Iliturgi, análisis arqueológico de su asedio en el contexto de la Segunda Guerra Púnica». Archivo Español de Arqueología, 94: e15. 10.3989/aespa.094.021.15: 22-24). Asimismo, la batalla de Baecula debió tener un peso mayor (si cabe) sobre Cástulo, pues el oppidum estaba estrechamente vinculado con la ciudad (Bellón et alii, 2012Bellón, J. P., Gómez-Cabeza, F., Ruiz, A. y Cárdenas, I. (2012): «Un escenario bélico de la Segunda Guerra Púnica: Baecula», S.Remedios, F.Prados y J.Bermejo (eds.), Aníbal de Cartago. Historia y Mito. Madrid, Ediciones Polifemo: 345-378.; 2015). En definitiva, en el área adyacente a Cástulo se produjeron de manera continua el traslado de tropas, el levantamiento de campamentos y guarniciones, así como escaramuzas y combates, acompañados de la consiguiente transformación del paisaje que dichas actividades debieron provocar.

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Figura 2 Mapa del área de Cástulo. 

Debemos valorar también el impacto psicológico que estos acontecimientos pudieron originar, dado que actuaron como elemento de presión y coerción sobre los habitantes de Cástulo y su círculo aristocrático. Por lo tanto, debemos considerar otro factor clave en la política volátil de la ciudad oretana: la discordia. A través de un análisis detallado de las fuentes literarias, podemos identificar dos conflictos internos que ocurrieron simultáneamente con el contexto general de guerra. Además, las consecuencias de estos enfrentamientos nos permiten conjeturar sobre los objetivos que perseguían las partes encontradas. Indudablemente, la guerra entre Roma y Cartago configura el factor desencadenante de la disputa; sin embargo, no podemos reducir la pugna a un simple desencuentro de opiniones o sensibilidades sobre el rumbo que debía tomar la ciudad. Por el contrario, en la confrontación subyace la voluntad de dominar. Analicemos primero la discordia del 206 a. C., con la intención de revisitar retrospectivamente el desacuerdo del 214 a. C.

En primer lugar, Livio nos informa de que se enfrentaron hispanos contra cartagineses. Mientras que los primeros querían entregarse, los púnicos deseaban resistir (Liv. 28.11.10). El desacuerdo desembocó en discordia y esta, en lucha. Deberíamos preguntarnos si la dicotomía establecida por Livio fue tan clara, teniendo en cuenta los estrechos vínculos que unían a la ciudad con los cartagineses y la (más que) posible existencia de círculos fenicio-púnicos en la comunidad. Por su parte, Apiano no menciona diferencias de opinión entre ciudadanos locales y púnicos, sino que solo alude a la voluntad de una parte de la guarnición de seguir resistiendo. Sea como fuere, en lo que ambos autores coinciden es en el protagonismo de un castulonense particular –llamado Cérdubelo por Livio– encargado de negociar secretamente con Escipión.

La descripción que ambos autores realizan del episodio resulta interesante por dos motivos. Para empezar, porque muestra la capacidad de negociación de los actores locales a pesar de encontrarse en circunstancias extremas. Escipión acudía a Cástulo después de sitiar y arrasar Iliturgi y un nuevo cerco le habría supuesto más tiempo y un alto coste material y humano. Conocedor de ello, Cérdubelo negoció una rendición voluntaria que le granjeaba el control de la comunidad y menores represalias. Por su parte, el general romano lograba la capitulación aprovechándose del conflicto interno y sin perder a un solo hombre (Liv. 28.20.11). Pero, ante todo, lo más relevante lo encontramos en la descripción del propio personaje. Apiano lo define solamente como un hombre de buena reputación (καὶ τὴν πόλιν ἐπέτρεψεν ἑνὶ τῶν Καστακαίων ἐπὶ δόξης ὄντι ἀγαθῆς, Ap. Hisp. 32). A su vez, Livio únicamente lo menciona como un decidido partidario de la capitulación (his Cerdubelus propalam deditionis auctor, Liv. 28.20.11). Así pues, en ningún momento se nos alude un título regio o un posible vínculo con el linaje monárquico; por el contrario, solo se hace evidente que gozaba de ascendiente sobre su comunidad, pero sin designación específica que denotara tal posición. Por consiguiente, llegamos a una conclusión: la monarquía en Cástulo habría desaparecido o, como mínimo, el poder –que podría no ser necesariamente monárquico– ya no estaba en manos de quienes lo ostentaban en 214 a. C., antes del primer cambio de bando.

Recordemos una vez más la primera alusión de Livio a la ciudad. Más allá del acento que el patavino pone sobre la actitud filopúnica de Cástulo, no se hace ninguna referencia a una posible discordia nacida en el núcleo de la comunidad (Liv. 28.47.1). Al contrario, Livio se limita a indicar que la urbe cambió de bando voluntariamente y sin intervención de Roma. Sin embargo, creemos que los datos analizados hasta el momento nos permiten sugerir la existencia de dicho conflicto interno, resultado del ambiente de competencia aristocrática provocado por el proceso bélico. En primer lugar, parece muy poco probable que los regentes castulonenses abandonaran la causa púnica para unirse a los romanos, puesto que el vínculo forjado entre la realeza local y los Barca no conformaba un hecho banal. Como hemos visto, las connotaciones ideológicas y simbólicas iban más allá del simple nexo político, puesto que el enlace unía ambas familias y, ante todo, asociaba a Aníbal con la dinastía local. Por esta razón, proponemos otra posible lectura, que pone el foco en las dinámicas internas de la propia comunidad.

A pesar de que en 214 a. C. los púnicos no se encontraban en una situación militar crítica en el alto Guadalquivir, el impacto bélico sobre la región tuvo consecuencias trascendentales. La guerra debió afectar notablemente a la actividad agrícola, así como a la explotación de las importantes vetas de arcilla y de los yacimientos mineros; todo ello acompañado de la interrupción de las comunicaciones territoriales y fluviales, con el consiguiente impacto comercial. En virtud de todo esto, parece plausible defender la aparición de tensiones internas. La estructura social autóctona se fundamentaba en la relación clientelar, definida por lazos de contraprestación. Las capas aristocráticas –y por extensión, los regentes– validaban en gran medida su poder mediante el control que tenían sobre la (re)distribución de las fuentes de riquezas mencionadas. Al reducir el reparto de parabienes, su legitimidad se tambaleaba y los lazos clientelares se diluían o rompían (e. g. Moret, 2002Moret, P. (2002): «Los monarcas iberos en Polibio y Tito Livio». Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la UAM, 28/29: 23-33. 10.15366/cupauam2003.29.002; Alvar, 2004Alvar, J. (2004): «Discusión sobre las Instituciones ibéricas», M.Garrido-Hory y A.Gonzales (dirs.), Histoire, espaces et marges de l’Antiquité: hommages à Monique Clavel-Lévêque. Besançon, Collection ISTA, 3: 11-31.; Bendala, 2023Bendala, M. (2023): «La realeza ibérica y las formas helenísticas de poder proyectadas a Hispania por cartagineses y romanos». Complutum, 33 (2): 247-256. 10.5209/cmpl.85244). En este contexto, parece probable que aparecieran grupos aristocráticos rivales dispuestos a alterar la organización interna de la comunidad para ascender en el poder. Por todo esto, nos parece sensato plantear la existencia de un conflicto local en la población de Cástulo, desencadenado y alimentado por el enfrentamiento entre romanos y cartagineses.

La guerra desató otra guerra. El conflicto entre púnicos y romanos, y la consiguiente lucha en el área castulonense, socavaron la paz en la sociedad, dando lugar a una sucesión de enfrentamientos internos que culminaron en la negociación de Cérdubelo en 206 a. C. Por ende, sostenemos que en el cambio de bando subyace la alternancia del liderazgo político al frente del oppidum. Entre el 214 y el 211 a. C., un nuevo grupo de dirigentes se hizo con el poder, desbancando a la antigua regencia, y por necesidad, se acercaron a los romanos. Con la muerte de los hermanos Escipión, el control de la comunidad volvió a alinearse con los intereses cartagineses, finalizando con un nuevo cambio definitivo al final del conflicto. Es importante destacar que, tras la batalla de Baecula, el territorio castulonense experimentó una desarticulación política, evidenciando su limitada capacidad de acción después de la guerra. Además de la destrucción de Baecula, la arqueología ha confirmado la desnuclearización del oppidum de Giribaile. Asimismo, perdieron relevancia los santuarios que durante los siglos IV y III a. C. habían funcionado como marcadores territoriales y legitimadores de la clase gobernante, la cual se había vinculado tan estrechamente a los Barca de Cartago. En otras palabras, desapareció el pagus de Cástulo, que antaño había acumulado tanto poder (Ruiz et alii, 2010Ruiz, A.; Rueda-Galán, C. y Molinos, M. (2010): «Santuarios y territorios iberos en el Alto Guadalquivir (siglo IV a.n.e. - siglo I d.n.e.)», Debate en torno a la religiosidad protohistòrica. Madrid, CSIC: 65-81.).

3. CATÓN, LOS ILERGETES Y LA HEGEMONÍA REGIONAL

 

Finalizada la Segunda Guerra Púnica, con Cartago derrotada y limitado su control al norte de África, el Senado romano decidió permanecer en la península ibérica (Richardson, 1986Richardson, J. S. (1986): Hispaniae. Spain the development of the Roman Imperialism 218-82 BC. Cambridge, Cambridge University Press.: 43-58; Díaz, 2015Díaz, A. (2015): Provincia et Imperium. El mando provincial en la República romana (227-44 aC). Sevilla, Universidad de Sevilla.: 125-141). Para garantizar el dominio de los nuevos espacios, la República amplió el número de pretores que debían actuar en la región extraitálica (197 a. C.) con la creación de las demarcaciones de Hispania Citerior e Hispania Ulterior (Liv. 32.27.6). Parece ser que detrás de esta decisión subyace la resolución de las comunidades iberas a sublevarse. En atención a ello, nos proponemos examinar el triple conflicto que se oculta tras la insurrección y la posterior intervención romana, pues nuevamente creemos que nos encontramos ante una lucha «poliédrica» que abarca tres dimensiones que se suceden y sobreponen en el tiempo: local, regional y «global». En concreto, analizaremos la actitud de M. Porcio Catón en la Citerior, así como el enfrentamiento latente entre las poblaciones del noreste por la hegemonía regional (vid. Rodríguez Arados, 1950Rodríguez Arados, F. (1950): «Las rivalidades de las tribus del NE español y la conquista romana», Estudios Menéndez Pidal, 1: 563-585., 563-585).

En 196 a. C., mientras en Roma se celebraba la paz sellada con Filipo V de Macedonia, desde Hispania llegaban noticias menos halagüeñas. La revuelta, iniciada en la Turdetania el año anterior, se había extendido por la provincia Citerior, dónde el pretor G. Sempronio Tuditano había muerto intentando sofocarla (Liv. 33.26.8-9). Así, sin aparente conexión, una insurgencia regional circunscrita a la Ulterior se había diseminado por todo el ámbito (cultural) ibérico. Ahora, finalizada la gran contienda en Oriente contra el rey macedonio, el Senado podía concentrar mayores esfuerzos en Occidente, motivo por el cual tomó una resolución cardinal: enviar a uno de los cónsules del año entrante a la península ibérica (195 a. C.). Como hemos avanzado, la dirección de la campaña recayó en Catón, el futuro censor (Liv. 33.43.4). En un primer momento, la operación militar tuvo que retrasarse, ya que el magistrado se vio en la obligación de permanecer en Roma con el fin evidente de evitar la derogación de la lex Oppia (Liv. 34.1-8). Durante este (breve) espacio de tiempo las aguas volvieron a su cauce en la provincia Ulterior, donde los pretores lograron apagar las últimas ascuas de la rebelión. No obstante, la llama de la insurrección seguía prendida en Citerior (Liv. 33.44.4).

Catón partió desde el puerto de Luna y, resiguiendo el Golfo de León, llegó frente a la actual bahía de Roses, lugar donde tuvo que enfrentarse a la guarnición hispana que (supuestamente) se atrincheraba en la colonia griega de Rhode, ubicada a pocos kilómetros de Emporion. No podemos detenernos en este episodio, el cual nos parece sumamente interesante, pues cabría preguntarse si la ciudad se había alineado con los rebeldes o, contrariamente, estos se habían apoderado del enclave por la fuerza de las armas, hipótesis que parece mucho más probable (Liv. 34.8.6-7; cfr. Nolla, 1984Nolla, J. (1984): «La campanya de Cató a Empúries». Revista de Girona, 108: 150-157.: 151; Martínez Gázquez, 1992Martínez-Gázquez, J. (1992): La campaña de Catón en Hispania. Barcelona, Edicions UB.: 173). Independientemente de la fidelidad de la colonia de Rhode, el caso es que Catón derrotó a los hispanos y desembarcó en Emporion, instalando su campamento cerca de la ciudad. En este punto, Livio recoge el episodio que nos proponemos analizar. El incidente constituye un caso interesante por dos motivos. En primer lugar, por el acto diplomático en sí mismo y, en segundo lugar, por lo que dicho acto esconde. Reparemos resumidamente en la descripción del patavino.

Mientras el cónsul se dedicaba a instruir a sus bisoñas tropas en el arte del combate, se personaron ante él tres legados enviados por el régulo ilergete Bilistage, uno de los cuales resultó ser su propio hijo. Los emisarios instaron a Catón a acudir en su ayuda, pues el territorio ilergete estaba siendo atacado por sus vecinos. A su vez, los hispanos adujeron que el motivo de la agresión no era otro que la fidelidad que su pueblo había mostrado hacia Roma. En un primer momento, Catón, temeroso de dividir a sus tropas, se negó a conceder ninguna ayuda. Entonces, por respuesta, los legados iberos advirtieron al general: si Roma no les auxiliaba se verían obligados a ceder y a poner sus armas a disposición de los sublevados.

Preocupado por el posible cambio de bando, el cónsul no les dio una respuesta inmediata y aplazó la resolución final a una nueva reunión que se celebró la mañana siguiente. Reflexivo, Catón tomó una decisión. Sabedor de que no podía fragmentar sus fuerzas, pero tampoco negar la ayuda a sus aliados, el magistrado romano decidió fingir el traslado parcial de sus huestes, ordenando movilizar a un tercio de sus soldados y a embarcar sus víveres. Realizadas dichas maniobras ante la atenta mirada de los emisarios ilergetes, el cónsul pidió a estos que volvieran a su tierra e informaran al régulo Bilistage: como habían podido comprobar, Roma amparaba a sus amigos. Sin embargo, audazmente, Catón se había guardado un as en la manga, puesto que exhortó al hijo de Bilistage a permanecer a su lado, tratándolo cortésmente y agasajándolo con regalos. Evidentemente, una vez los dos legados restantes partieron hacia el interior, el general hizo desembarcar a sus tropas; después de todo, Roma no socorrería a nadie (Liv. 34.11-12).

Repasado el incidente, adentrémonos en su análisis. Ante todo, es preciso que comprendamos el marco del episodio: el contexto local y regional en el que se encontraban los ilergetes. Posteriormente, podremos analizar el acto diplomático en sí mismo. Al objeto de cumplir tal propósito, cabría destacar (muy) brevemente la organización política y social de la comunidad. A tenor de los testimonios literarios, parece ser que la sociedad ilergete estuvo dirigida por un individuo capaz de concentrar gran parte del poder. Sin embargo, la mayor dificultad reside en determinar la naturaleza y fuente de dicha autoridad, dado que los líderes ilergetes aparecen mencionados indistintamente de formas diferentes –princeps, regulus, rex, tyrannos, basileus, dunastês, stratêgos– sin que ello implique significados dispares, pues la variación léxica se supedita al marco narrativo (Polib. 3.76.3; 10.35.3; 10.18.7; Liv. 26.49.11-14; 34.11; cf. 27.17.3-4; Moret, 2002Moret, P. (2002): «Los monarcas iberos en Polibio y Tito Livio». Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la UAM, 28/29: 23-33. 10.15366/cupauam2003.29.002: 24-25). Asimismo, el protagonismo de Indíbil y Mandonio en las fuentes ha dificultado dicha interpretación, llegándose a sugerir la existencia de una realeza dual. Sin embargo, un análisis atento de los testimonios escritos evoca más bien la subordinación de Mandonio al poder de Indíbil, pues únicamente este último aparece señalado como regulus (Moret 1997Moret, P. (1997): «Les ilergètes et leurs voisins dans la troisième décade de Tite-Live». Pallas, 46: 147-165.; 2002Moret, P. (2002): «Los monarcas iberos en Polibio y Tito Livio». Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la UAM, 28/29: 23-33. 10.15366/cupauam2003.29.002; cf. Caro-Baroja, 1971Caro-Baroja, J. C. (1971): La «realeza» y los reyes en la España antigua. Madrid, Fundación Pastor.: 148; Garcés, 1996Garcés, I. (1996): «La reialesa d’Indíbil i Mandoni», Indíbil i mandoni: reis i guerrers: Catàleg de l’exposició oberta del 14 de novembre de 1996 al 5 de gener de 1997, a l’edifici de La Panera, de Lleida. Lleida: 50-57.: 55-56). En suma, entre los ilergetes el poder recae sobre un individuo con capacidad militar (Coll y Garcés, 1998Coll, N. C. y Garcés, I. (1998): «Los últimos príncipes de Occidente: Soberanos ibéricos frente a Cartagineses y Romanos». Saguntum, 1: 437-446.: 442-445), el cual sobresale de entre un grupo aristocrático que, a su vez, conforma un consejo con capacidad decisoria e, incluso, de invalidación y desautorización, como prueba la entrega de Mandonio a los romanos por fallo del consilium (Liv. 29.3.1-5; vid. Muñiz, 1994Muñiz-Coello, J. (1994): «Monarquías y sistemas de poder entre los pueblos prerromanos de la península Ibérica», P.Sáez y S.Ordoñez (eds.), Homenaje al profesor Francisco Presedo. Sevilla, Universidad de Sevilla: 283-296.: 293-94; Blázquez, 1996: 13-20; Garcés, 1996Garcés, I. (1996): «La reialesa d’Indíbil i Mandoni», Indíbil i mandoni: reis i guerrers: Catàleg de l’exposició oberta del 14 de novembre de 1996 al 5 de gener de 1997, a l’edifici de La Panera, de Lleida. Lleida: 50-57.; Coll y Garcés, 1998Coll, N. C. y Garcés, I. (1998): «Los últimos príncipes de Occidente: Soberanos ibéricos frente a Cartagineses y Romanos». Saguntum, 1: 437-446.; Moret, 1997Moret, P. (1997): «Les ilergètes et leurs voisins dans la troisième décade de Tite-Live». Pallas, 46: 147-165.; 2022Suárez Martínez, D. (2022): «El combate singular y la construcción del recuerdo. Memoria y lucha heroica en la Antigüedad». Antesteria, 11: 75-96.).

Ahondemos ahora en la figura del régulo Bilistage y de qué modo llegó al poder, pues nos aportará información acerca de su relación con la República romana y el contexto político y regional del momento. Presumiblemente, el régulo fue reconocido por Roma una vez finalizada la Segunda Guerra Púnica y solventado el último motín (205 a. C.). En consecuencia, podemos afirmar que debía su ascensión a la ruptura del núcleo político ilergete, resultado del último alzamiento y la muerte de Indíbil, junto con la deposición de Mandonio, ratificada por el mismo consilium, y la entrega de los aristócratas culpables de la revuelta. Huelga decir que este episodio no constituye la primera fractura acaecida en el seno de la comunidad ilergete durante la Segunda Guerra Púnica, sin duda reflejo de las pugnas internas que la comunidad afrontó en paralelo al conflicto (Riera y Principal, 2015Riera, R. y Principal, J. (2015): «Sitting on the Fence: Ilergetan Attitudes and responses to imperialistic strategies», T.Ñaco, R.Riera y D.Castro (eds.), Ancient Disasters and Crisis Management in Classical Antiquity. Gdańsk, Gdańsk University: 53-71.). Ya en 217 a. C. se había producido el primer vuelco cuando, tras la victoria romana en la batalla de Cissa, Indíbil perdió el control de su comunidad (Polib. 3.76.6-7). Lógicamente, el cambio de regente fue acompañado del cambio de bando, pues a partir de ese momento los ilergetes se mantendrían fieles a los romanos hasta el 211 a. C.

Ese año, Indíbil, a la cabeza de 7,500 suessetanos y de sus fieles ilergetes, participó como aliado de los cartagineses en la victoria sobre las tropas de P. Cornelio Escipión, el cual murió en el combate. Como recompensa, Asdrúbal le aupó de nuevo en el trono, aunque le exigió la entrega de rehenes, entre los que se encontraban sus hijas y la esposa de su “hermano” Mandonio (Polib. 9.11.1-3; Liv. 25.34). Dos años después (209 a. C.), los romanos, liderados por un joven Escipión, conquistaron la ciudad de Cartago Nova, asestando un duro golpe a las pretensiones cartaginesas sobre Iberia. Como ya hemos mencionado, la política diplomática desplegada por Escipión le granjeó la simpatía de muchos actores locales, entre los que se contaban Indíbil y Mandonio (Hernández-Prieto, 2019Hernández-Prieto, E. (2019): «Las adhesiones hispanas a Escipión del 210-208 a.C. (Carthago Nova y Baecula)», E.García Riaza y A. M.Sanz (eds.), In fidem venerunt. Expresiones de sometimiento a la República romana en Occidente. Madrid, Dykinson: 27-57.; Sánchez-Moreno y Cardiel, 2023Sánchez-Moreno, E. y García-Cardiel, J. (2023): «Partim donis, partim remissione obsidum captivorumque: la diplomacia de rehenes y regalos en la Segunda Guerra Púnica en Hispania». Klio, 105 (1): 597-606. 10.1515/klio-2023-0003: 597-606). Los líderes ilergetes se personaron frente al general romano antes de la batalla de Baecula y pusieron sus armas a disposición de la República, sellando su fidelidad con un pacto. Como recompensa, Escipión les devolvió los rehenes, permitió que instalaran sus tiendas en el mismo campamento romano e incluso después de la batalla obsequió a Indíbil con trescientos caballos (Liv. 27.17.16-17; 27.19.7). En otras palabras, Escipión ratificó al régulo ilergete al frente de su comunidad.

En 206 a. C., ante el rumor de la muerte de Escipión, Indíbil y Mandonio rompieron su pacto y se rebelaron contra Roma, seguramente arguyendo que el trato únicamente les vinculaba con Escipión (Liv. 29.1.19). Derrotados, Mandonio se postró a los pies del general romano solicitando el perdón, dadiva que recibió a cambio de un estipendio (Liv. 28.24.1-4; 28.34.1-11). Sin embargo, tan pronto como Escipión abandonó la península ibérica, los principes ilergetes volvieron a sublevarse (205 a. C.). En esta ocasión, Indíbil murió en combate y Mandonio, como ya hemos referido, fue entregado a los romanos por el consejo nobiliario ilergete (Liv. 29.1.19-26; 29.2.3-18; 29.3.1-5). En paralelo, los ilergetes se rindieron y depusieron sus armas (Ñaco del Hoyo, 1998Ñaco del Hoyo, T. (1998): «La deditio ilergeta del 205 a.C. La solución militar en la gènesi de la política fiscal romana a Hispània». Pyrenae, 29, 135-146.). Así concluían seis años durante los cuales Indíbil gobernó de manera ininterrumpida, dando inicio a una nueva etapa donde se establecían las bases de una relación basada en la deditio. Dado que todos los instigadores de la sedición y, por ende, aquellos favorables a la política antirromana, habían desaparecido, el gobierno de la comunidad ilergete debió recaer en una figura cercana a los intereses de la República, quizás vinculado con aquellos que rigieron entre el 217 y el 211 a. C. Parece factible defender que Bilistage formaba parte de este grupo.

Por otro lado, las constantes deserciones y alteraciones en el núcleo del poder ilergete que acabamos de estudiar (dimensión local) tuvieron su impacto a nivel territorial (dimensión regional). En efecto, un detalle en la narración de Livio referente a la rendición indica el poderío acumulado por la comunidad ilergete, pues treinta pueblos diferentes debieron de entregar rehenes a Roma (et obsides ab triginta ferme populi accepti, Liv. 29.3.1-5). La hegemonía ilergete sobre la región se confirma por su liderazgo a lo largo de la Segunda Guerra Púnica, momento en que fueron capaces de movilizar a los populi vecinos. En 217 a. C. protagonizaron razias junto con los ausetanos y lacetanos, pero fueron derrotados por Cneo Escipión. En 211 a. C., un prófugo y exiliado Indíbil capitaneó hacia la victoria a un grupo de leales ilergetes y a una fuerza de 7,500 suessetanos (supra). En 206 y 205 a. C., ya como régulo de su pueblo confirmado por Roma, Indíbil lideró las dos revueltas que siguieron a la marcha de Escipión. Nuevamente, bajo los estandartes ilergetes combatieron sus vecinos, demostrando una vez más su predicamento sobre los populi circundantes.

En el primer alzamiento, consecuencia de los rumores de la muerte de Escipión (Polib. 11.25.1), los principes ilergetes captaron para su causa a los lacetanos y a la (sin especificar) iuventus celtibérica (concitatis popularibus Lacetani autem erant et iuuentute Celtiberorum, Liv. 28.24.4; cf. Polib. 11.31.1-8; Ap. Hisp. 37). El primer objetivo de los rebeldes fue arrasar los campos de aquellos aliados leales a Roma. En este caso, los suessetanos y los sedetanos. Empero, dado que los insurrectos situaron su base logística en territorio sedetano, parece verosímil sugerir que la respuesta de este populus no fue unánime. Por el contrario, algunos oppida debieron unirse a los sublevados (Liv. 28.31.6-7). El segundo episodio resulta aún más ilustrativo, si cabe. Tras la marcha de Escipión de la península ibérica, Indíbil y Mandonio volvieron a las armas. Una vez más y pese a la evocación de la derrota del año anterior, los ilergetes lograron convocar a numerosos pueblos vecinos (non populares modo, sed Ausetanos quoque, uiciniam gentem, concitat et alios finitimos sibi atque illis populos, Liv. 29.1.25) congregando una hueste de 30,000 infantes y 4,000 jinetes. De nuevo, su base de operaciones se situaría en territorio sedetano. A pesar de la asombrosa cifra de soldados, los insurgentes fueron nuevamente derrotados, esta vez por Lucio Léntulo y Lucio Manlio Acidinio.

Ya hemos indicado las consecuencias de la derrota en el núcleo político ilergete; sin embargo, el revés también tuvo efectos a nivel regional. Así, la deditio supuso el fin de la ascendencia ilergete sobre el resto de populi contiguos. En otras palabras, el populus capaz de concentrar un ejército ecléctico de 34.000 efectivos, ahora bregaba por el mantenimiento de su territorio (Liv. 29.1.25-26; 29.2.3-18; 29.3.1-5). Extenuados y con su influencia limitada, en el marco del alzamiento del 195 a. C., Bilistage tuvo que enfrentarse a aquellas comunidades que ataño combatían bajo su liderazgo –bergestanos, sedetanos, suessetanos, ausetanos y lacetanos–, motivo por el cual recurrió a Roma (Liv. 34.20.1-9). La deditio de los ilergetes (205 a. C.) había servido para entronizar a un monarca afín, pero las represalias parejas a la rendición quebraron el equilibrio de poder regional, limitando la influencia de la comunidad, así como su credibilidad2Cabe mencionar que, aunque en este artículo solamente tratemos el conflicto regional relacionado con la pérdida de poder de los Ilergetes, existen, en el contexto global de la revuelta, otros enfrentamientos que cumplen con las mismas características (Liv. 34.20)..

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Figura 3 Mapa regional de los ilergetes y áreas circundantes. 

Por todo ello, creemos que, en este escenario de incertidumbre y reacomodo del poder territorial, las acciones de los pueblos vecinos durante la revuelta no se deben (únicamente) a la decisión de atraer a su lado a Bilistage. Por el contrario, evidencian la debilidad de este que, con dificultad, intenta mantener la autoridad sobre su área. Así pues, nos encontramos ante un conflicto regional que antecede y se sobrepone a la intervención de Catón. Los ilergetes bajo el mando de Bilistage creyeron que el mejor modo de mantener su posición –debilitada, pero notable– consistía en permanecer fieles a la República romana. Por su parte, los sublevados vieron la oportunidad de ganar influencia luchando contra la comunidad que otrora fue preponderante. Bilistage, conocedor de que debía su poder a Roma, solicitó ayuda a Catón. Si el general sofocaba la revuelta, la comunidad ilergete saldría de nuevo reforzada. Para ello debía negociar y, a pesar de su posición inferior, contaba con herramientas de presión a su favor.

La relación entre Roma y los ilergetes tras la insurrección se basaba en la deditio del 205 a. C., es decir, en la rendición incondicional que la comunidad ilergete había presentado ante el general victorioso y, por extensión, frente a la misma Roma. Aunque no trascienden detalles de las fuentes literarias conservadas, debemos suponer que se siguió el procedimiento habitual, testimoniado en otros casos (e. g. Liv. 1.38.1-2; 7.30; vid. Auliard, 2003Auliard, C. (2003): «Les deditiones, entre capitulations et négociations», M.Garrido-Hory y A.Gonzales (dirs.), Histoire, espaces et marges de l’Antiquité: hommages à Monique Clavel-Lévêque. Besançon, Collection ISTA, 3: 255-270.: 255-270; García-Riaza y Sanz, 2019García Riaza, E. y Sanz, A. M. (2019): «Estudio Introductorio. Entre la adhesión y la sumisión: Los pueblos de Occidente ante el pragmatismo Romano», E.García Riaza y A. M.Sanz (eds.), In fidem venerunt: expresiones de sometimiento a la República Romana en Occidente. Madrid, Dykinson: 9-26., 9-26; Díaz 2019Díaz, A. (2019): «Deditio, Restitutio y cláusulas revocatorias en el bronce de Alcántara (AE, 1984, 495)», E.García Riaza y A. M.Sanz (eds.), In fidem venerunt: expresiones de sometimiento a la República Romana en Occidente. Madrid, Dykinson: 167-193., 167-197). Los ilergetes, vencidos pero aún in sua potestate, se entregaron a la autoridad del vencedor. Con este gesto, desde un punto de vista jurídico, la comunidad perdía su plena autonomía, situándose bajo la protección del propio general, que adquiría plenas competencias sobre los sometidos. Es importante tener en cuenta que la invocación del vencido a la fides, implícita en el acto de rendición, obligaba moralmente al receptor de esta solicitud. Este, en calidad de benefactor, se veía en la tesitura de corresponder benévolamente. Llegados a este punto, el magistrado romano (o el propio Senado) hubo de restituir (restitutio) parcialmente la autonomía a los ilergetes con competencias limitadas. Asimismo, debió de ser en este instante cuando se aupó en el poder a Bilistage, asegurándose la fidelidad de la comunidad mediante la regencia de un gobierno próximo. Por otro lado, el vínculo que nacía del acto de rendición no apelaba únicamente a la confianza que la parte dominante depositaba en la parte dominada. Esta última debía corresponder con fidelidad, además de con el cumplimiento de prestaciones materiales, militares y económicas. Por su parte, Roma tenía la obligación de garantizar la seguridad de los ilergetes, velando por su defensa y custodia. Por este motivo, el hecho de no corresponder a la petición de los emisarios rompía con unos principios sancionados por los dioses.

Como hemos avanzado (supra), ante la negativa de Catón de enviar la ayuda requerida, los emisarios ilergetes se echaron a los pies del cónsul y suplicaron ayuda, lanzando finalmente una advertencia: si hubieran faltado a la fides romana, su pueblo no estaría amenazado (si decedere fide); pero, por el contrario, habían confiado en el compromiso de la República (sperantis satis opis et auxilii sibi in Romanis ese, Liv. 34.11.7). Por consiguiente, si no acudían en su ayuda, los romanos resultarían culpables de romper el juramento y legitimarían su cambio de bando, con el fin de que no les sucediera lo mismo que a los saguntinos (Liv. 34.11.9). Recordemos que Sagunto, aliada de los romanos, había sucumbido ante el asedio de Aníbal sin haber recibido la ayuda de Roma (cf. Briscoe, 1981Briscoe, J. (1981): A commentary on Livy books XXXI-XXXIV. Oxford, Oxford University Press.: 72). Dicho en otros términos, la República había quebrantado el tratado sellado con la ciudad hispana. Con esta amenaza, los emisarios ilergetes trasladaban la presión a Catón, sometiéndolo a un estado de ansiedad (consulem nocte, quae insecuta est, anceps cura agitare, Liv. 34.12.1), dado que el magistrado ocupaba la posición de mayor estatus como benefactor e interlocutor. Negarse a ayudar a unos «aliados» podía ser interpretado como una muestra de debilidad, traduciéndose en el desmoronamiento de la credibilidad romana en la región.

Catón decidió tomar una resolución arriesgada mintiendo a los emisarios. Como hemos descrito, llegó incluso a movilizar a sus tropas. Para asegurarse el éxito de la treta, disuadió al hijo de Bilistage para que se quedara a su lado. Con este gesto, el cónsul aseguraba dos objetivos. En primer lugar, en la eventualidad de dilatarse el conflicto, mantendría al hijo del régulo Ilergete bajo su protección como rehén, hecho que limitaría sobremanera las opciones de Bilistage de responder con fiereza. En segundo lugar, en caso de vencer rápidamente, el hijo del régulo podía ser «liberado», volviendo a casa con la satisfacción de haber sido tratado cortésmente y de haber recibido presentes, quedando en deuda con el cónsul. Aunque Livio no nos informa, seguramente la realidad siguió el curso de la segunda opción. Sea como fuere, lo que el episodio demuestra es que, incluso ocupando la posición inferior en su relación (asimétrica) con Roma, los ilergetes mantenían cierta autonomía que les permitía actuar activamente. Pero, ante todo, debemos recapitular y repensar el episodio en su conjunto –más allá del acto diplomático en sí mismo–, pues la solicitud de ayuda de los ilergetes a Catón valida la lectura que defiende la existencia de un conflicto regional en el marco de una revuelta global.

4. ALGUNAS CONCLUSIONES

 

El estudio de los episodios planteados nos permite extraer una conclusión: en el marco analizado se produjeron enfrentamientos en paralelo a una guerra mayor. Por consiguiente, consideramos que debemos abordar el análisis de la Segunda Guerra Púnica y la gran revuelta del 197-195 a. C., atendiendo a su carácter poliédrico. En otros términos, precisamos examinar uno y otro conflicto como guerras con múltiples dimensiones, con el objetivo de comprender las distintas facetas –local, regional y global– que configuran ambas contiendas. Como hemos podido observar, la guerra conllevaba un impacto notable sobre el territorio. El estrés bélico resultante sumía el área en un estado de inestabilidad que acarreaba la aparición de nuevas rivalidades (y/o reactivación de las viejas) y enfrentamientos, protagonizados por múltiples actores que respondían a intereses propios y diversos. Sin embargo, en ocasiones, la incapacidad de estos nuevos contendientes para imponerse por sí mismos sobre sus oponentes les llevaba a solicitar la ayuda de otras potencias o a posicionarse a su favor.

Es importante destacar que, al menos inicialmente, estos nuevos combatientes mantenían su autonomía, ya que su principal objetivo consistía en aplicar su propia estrategia. En definitiva, el escenario de guerra generalizada abrió nuevas oportunidades para que individuos y facciones se alzaran con el fin de imponerse sobre sus poblaciones o sectores rivales dentro de las mismas; o para que una u otra comunidad combatiera con sus vecinas por la hegemonía regional. Por lo tanto, los conflictos se replicaban e imbricaban entre sí, superponiéndose unos a otros. En este artículo, hemos analizado dos casos concretos: la guerra interna en Cástulo y las pugnas por la hegemonía regional de los ilergetes en 195 a. C. Uno y otro episodio fueron causa y resultado de otros conflictos. En primer lugar, la guerra entre romanos y cartagineses en suelo hispano alteró la estructura territorial del alto Guadalquivir, provocando la ruptura del núcleo político de múltiples comunidades, entre las cuales se encontraba Cástulo. En consecuencia, se inició (o reactivó) una lucha por el poder, testimoniada por los cambios de bando y por la probable desaparición o arruinamiento del linaje monárquico gobernante, emparentado con los Barca de Cartago. Así pues, la contienda «civil» se sobrepuso a la guerra entre Roma y Cartago. En segundo lugar, la inestabilidad política entre los ilergetes y su pérdida de protagonismo regional, fruto de los resultados de la Segunda Guerra Púnica, propició que en el escenario de la revuelta del 197-195 a. C., las comunidades adyacentes aprovecharan la ocasión para ganar mayores cuotas de poder territorial. Como resultado, los ilergetes tuvieron que pedir ayuda a Catón, pues el marco de la relación establecida entre los primeros y Roma obligaba a esta a intervenir.

Agradecimientos

 

Debo agradecer las correcciones y sugerencias realizadas por los profesores Toni Ñaco del Hoyo (UdG-ICREA), Eduardo Sánchez-Moreno (UAM); Jorge García-Cardiel (UCM); Elena Torregaray-Pagola (UPV/EHU) y Dario Nappo (Università di Napoli Federico II). También quiero agradecer al profesor Miguel Esteban-Payno su paciencia y colaboración en la elaboración de los mapas.

Declaración de conflicto de intereses

 

El autor de este artículo declara no tener conflictos de intereses financieros, profesionales o personales que pudieran haber influido de manera inapropiada en este trabajo.

Fuentes de financiación

 

Trabajo realizado en el marco de los proyectos I+D+i: PID2022-141458NB-I00, The Time of the Punic Wars and their narratives: Interaction, Hibridization and Multipolarity in Western Mediterranean y PID2021-124022NB-100, The North-Western Mediterranean in Republican Rome (c. 150-70 BC): land and seaside connectivity. Financiados por MCIN / AEI / 10.13039 / 501100011033 / FEDER, UE.

Declaración de contribución de autoría

 

Gerard Ventós: conceptualización, investigación, redacción ‒ borrador original.

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NOTAS

 
1 

Caro-Baroja realizó una primera y valiosa aproximación al estudio de las realezas iberas, 1971Caro-Baroja, J. C. (1971): La «realeza» y los reyes en la España antigua. Madrid, Fundación Pastor., 128 ss. Véase también López-Domech, 1987López-Domech, R. (1987): «Sobre reyes, reyezuelos y caudillos militares en la protohistoria hispana». Studia Historica. Historia Antigua, 4: 19-22.: 19-22, el cual consideró en su momento que las monarquías correspondían a jefaturas transitorias circunscritas a contextos bélicos. Para profundizar en el debate acerca de las características de la monarquía ibera téngase en cuenta Muñiz, 1994Muñiz-Coello, J. (1994): «Monarquías y sistemas de poder entre los pueblos prerromanos de la península Ibérica», P.Sáez y S.Ordoñez (eds.), Homenaje al profesor Francisco Presedo. Sevilla, Universidad de Sevilla: 283-296.: 283-296; Almagro-Gorbea, 1996Almagro Gorbea, M. (1996): Ideología y poder en Tartessos y el mundo ibérico. Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia (1996, Madrid). Madrid, Real Academia de la Historia.; Coll y Garcés, 1998Coll, N. C. y Garcés, I. (1998): «Los últimos príncipes de Occidente: Soberanos ibéricos frente a Cartagineses y Romanos». Saguntum, 1: 437-446.: 437-446; Moret, 2002Moret, P. (2002): «Los monarcas iberos en Polibio y Tito Livio». Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la UAM, 28/29: 23-33. 10.15366/cupauam2003.29.002: 23-33, entre otros. Para algunos autores, la institución monárquica en el sur peninsular presenta trazas atávicas, herencia del periodo orientalizante caracterizado por el auge de la cultura tartésica, Caro-Baroja, 1971Caro-Baroja, J. C. (1971): La «realeza» y los reyes en la España antigua. Madrid, Fundación Pastor.; Bendala, 2006Bendala, M. (2006): «Expresiones y formas del poder en la Hispania Ibérica y púnica en la coyuntura helenística». Pallas, 70: 187-206.: 187-206; 2023Bendala, M. (2023): «La realeza ibérica y las formas helenísticas de poder proyectadas a Hispania por cartagineses y romanos». Complutum, 33 (2): 247-256. 10.5209/cmpl.85244: 247-256. Por otro lado, mientras algunos especialistas defienden la existencia de diferencias entre las realezas del sur peninsular y el levante Caro-Baroja, 1971Caro-Baroja, J. C. (1971): La «realeza» y los reyes en la España antigua. Madrid, Fundación Pastor.; Coll y Garcés, 1998Coll, N. C. y Garcés, I. (1998): «Los últimos príncipes de Occidente: Soberanos ibéricos frente a Cartagineses y Romanos». Saguntum, 1: 437-446.: 442; otros desechan tales tesis, Muñíz, 1994Muñiz-Coello, J. (1994): «Monarquías y sistemas de poder entre los pueblos prerromanos de la península Ibérica», P.Sáez y S.Ordoñez (eds.), Homenaje al profesor Francisco Presedo. Sevilla, Universidad de Sevilla: 283-296.: 285; Alvar 2004Alvar, J. (2004): «Discusión sobre las Instituciones ibéricas», M.Garrido-Hory y A.Gonzales (dirs.), Histoire, espaces et marges de l’Antiquité: hommages à Monique Clavel-Lévêque. Besançon, Collection ISTA, 3: 11-31.: 11-31. Los primeros fundan su tesis aduciendo que las monarquías meridionales basarían su poder sobre los oppida, mientras que en el levante los monarcas gobernarían sobre populi.

2 

Cabe mencionar que, aunque en este artículo solamente tratemos el conflicto regional relacionado con la pérdida de poder de los Ilergetes, existen, en el contexto global de la revuelta, otros enfrentamientos que cumplen con las mismas características (Liv. 34.20).